Cuentan quienes le vieron jugar que siempre lo dio todo. Que siempre estaba en el sitio más oportuno. Que no era un jugador demasiado estético, ni demasiado rápido, pero sí un goleador nato. 22 goles en 56 partidos con la selección española y 152 goles en Primera División con los seis clubles en los que militó lo confirman. Julio Salinas no vino al fútbol a dar espectáculo pero sí a ponerle lo que más falta le hace, su esencia, su razón de ser: el gol.

Nacido un 11 de septiembre de 1962 en Bilbao, el ariete empezó a formarse en la cantera del Athletic Club, donde debutó en el segundo equipo con 18 años.  No sería hasta la 84/85, después de ser subcambpeón con el Bilbao Athletic en Segunda División y de proclamarse pichichi de la categoría con 23 tantos, cuando el delantero se asentara definitivamente en el primer equipo de los leones. Con ellos, con los mayores, Salinas pudo levantar dos Ligas, una Copa del Rey y una Supercopa de España. Fue la última etapa de gloria del equipo bilbaíno.

Después, pasando entre medias por las filas del Atlético de Madrid, Julio Salinas hizo las maletas y puso rumbo a Barcelona (1988) para ponerse a las órdenes de Johan Cruyff. Un Johan que era, quizá, la persona que más confiaba en las cualidades del delantero. Y quizá también,  la única. Pero a pesar de las dudas,  Salinas tardó bien poco en asentarse en un club que, casi sin saberlo, estaba a punto de conformar un equipo  irrepetible: el Dream Team. Tras estar en la sombra de la Quinta del Buitre durante varios años, los Guardiola, Stoickhov, Laudrup y Salinas se sacudieron  la presión de encima y comenzaron a funcionar como una máquina perfectamente engranada. En aquel equipo, Julio Salinas salió de inicio en la final europea ante la Sampdoria que a la postre sería la primera Copa de Europa de la historia del Fútbol Club Barcelona.

Con España, la maldición de los cuartos

Con el combinado nacional, Salinas disputó tres mundiales a las órdenes de tres seleccionadores diferentes: Miguel Muñoz, Luis Suárez y Javier Clemente. En ninguno de los tres campeonatos, ni en las Eurocopas a las que acudió,  logró pasar de cuartos de final, una maldición que ha perseguido a España hasta que Fábregas marcara "el penalti de todos" ante Italia en la Eurocopa de 2008. La historia hubiese podido cambiar si, precisamente Salinas, hubiera definido al fondo de las mallas en aquel mano a mano con Pagliuca. Y es que a solo cinco minutos del final, Salinas tuvo en sus botas la posibilidad de meter a España en semis del Mundial de Estados Unidos de 1994, pero no pudo ser.

Fue su último mundial. Pero no su último partido con la selección, que llegó en una Eurocopa de Inglaterra donde, precisamente ante el anfitrión, España cayó eliminada en cuartos por la vía de los penaltis después de haber sido mejores a los ingleses durante todo el encuentro y después de que el árbitro no pitara dos claros penaltis a favor del cuadro dirigido por Clemente. Salinas se despidió entonces de la selección, dejando tras de sí 22 goles y un vacío que a partir de aquel momento se encargaría de llenar Raúl González Blanco.

Alavés, última parada

Alavés fue el último equipo profesional en el que militó Salinas. Lo hizo después de seis años de éxitos en el Barça, de llevar al Deportivo de la Coruña a conseguir un subcampeonato de Liga y una Copa del Rey, de marcar 28 goles en 60 partidos con el Sporting de Gijón y de, por último y antes de acabar en Mendizorroza, embarcarse en una aventura por Japón en la que también demostró su eterno romance con el gol. Así, los aficionados del Deportivo Alavés fueron los que disfrutaron del ocaso de un delantero siempre temido y respetado por las defensas rivales. De un delantero con un espíritu inquebrantable que se retiró a lo grande: siendo partícipe de la clasificación del Alavés para la UEFA. Por primera vez en su historia. Zorionak y eskerrik asko, leyenda.