Son evidentes las grandes diferencias que existen entre Córdoba y Llagostera. Aunque éste fin de semana, ambas poblaciones tenían en común las fiestas grandes. Aquellos patios floridos y hermosos de las calles de Córdoba, concurso internacional y conocido en todo el mundo. Sin duda, una gozada para los sentidos. Miles de turistas se llevan fotos espectaculares y un recuerdo agradable de algo tan especial.

Mientras, en Llagostera, Leticia Sabater canta y baila el pregón de las fiestas de Llagostera desde el balcón de un ilustre vecino y aficionado del Llagostera, Pareta, y la algarabía, el jolgorio y la feria, invaden la pequeña población catalana.

Tampoco es comparable la emblemática iglesia del pueblo de Llagostera con la impresionante Maravilla del Universo que és la Mezquita cordobesa, al igual que no son comparables los clubes de fútbol de las respectivas localidades.

Porque el Córdoba es muy grande. Es un equipo de primera división. Lo demostró en Palamós donde salió desde el primer minuto a por el partido. Con un fútbol veloz, de toque, de fuerza y de muchísima calidad, acorraló al Llagostera en unos primeros 15 minutos de goleada. Hasta cuatro ocasiones clarísimas que gracias a la suerte y a René, no se transformaron en gol.

Y todo ésto no hizo sino dar más mérito al partido de los locales. Después del vendabal andaluz de los primeros minutos, Pitu Comadevall destapó el tarrito de magia para colocar un pase sólo al alcance de los futbolistas al más alto nivel, de los internacionales, para que Imaz se plantara sólo ante Razak y después de regatearle marcara a puerta vacía el gol del Llagostera

Con los aficionados del Llagostera aún con el susto y el miedo dentro del cuerpo por el gran partido que estaba jugando el Córdoba, los andaluces siguieron jugando exactamente igual. Dominio absoluto del centro del campo, jugadas trenzadas y normalmente acabadas, sin dar opción al Llagostera a posibles contragolpes y generando muchísimas ocasiones. Pero estaba René bajo palos. El René que fue elegido mejor portero de la Liga Adelante para los redactores de Vavel la pasada temporada. Un muro por arriba y por abajo. Una exibición de paradones monumentales.

A falta de diez minutos para el descanso, parecía que el Córdoba se daba un respiro y el Llagostera comenzó a tener más el balón. Incluso a tener alguna que otra ocasión que obligó a Razak a trabajar, como la que tuvo Pitu después de una buena jugada colectiva o un disparo de José Carlos que detuvo muy atento el portero. Con el pitido del colegiado, el conjunto local parecía haber cumplido un objetivo, pero la sensación era de que aguantar el resultado iba a ser casi un imposible.

Tras el descanso, turno para la estrategia

Entonces se solicitó la ayuda de otro mago: el entrenador Oriol Alsina, leyó perfectamente el partido y sacó también su tarrito de las esencias para que todo cambiara. Varió el sistema y corrigió errores. Colocó un trivote en el centro del campo que terminó de asfixiar al Córdoba y permitió al Llagostera jugar el segundo tiempo sufriendo sólo lo necesario, lo normal teniendo en cuenta lo bueno que era el rival.

Incluso se intuía un segundo gol de los locales para aquello de la tranquilidad. Buenas jugadas, orden, contragolpes de mucho peligro, velocidad y alguna que otra genialidad de José Carlos que terminó por poner otra vez en pie a la grada con una floritura, caño incluído, digna de nombres de otra galaxia. Qué grande es el pequeño José Carlos. La entrada queda amortizada si juega éste fenómeno del balón.

Y cómo no. Llegaron los temidos minutos finales. Los del sufrimiento. Los que hacen agotar las pilas de los marcapasos. Los que dan de comer a muchas "esteticienes" que luego han de reparar las uñas destrozadas de los más nerviosos. Los minutos en los que las pipas se comen con cáscara. El Córdoba quería el empate y el Llagostera no. Y tras lanzar varios córners, tras acercarse demasiado cerca de René, tras aguantar los cuatro minutos eternos de prolongación entre calambres y esfuerzo casi sobrehumano, ese pitido final del árbitro que hizo estallar de alegría al público de Palamós. 

Después de una tarde repleta de emociones fuertes, la vida volvió a su cauce normal. El de las fiestas de pueblo. Unos a disfrutar de su maravillosa ciudad plagada de patios y flores. Otros a la feria del pueblo. Ese pueblo pequeño donde pasan cosas tan inmensamende grandes como que Leticia Sabater les visite. Y el que no sepa apreciar lo que tiene, nunca será tan grande como Llagostera y su gigante equipo de fútbol.

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